jueves, 6 de diciembre de 2018

El proyecto (nouvelle)

15

Recibí una carta de un viejo amigo. Creí que estaba muerto o algo por el estilo, pero no, parece que está vivo, tal vez más que yo, no sé. La cosa es que parece tener ganas de contactarse conmigo.
Que cosa rara recibir una carta en estos años. Típico de este personaje tan especial, pero bueno, que le puedo hacer. Me rasco la cabeza, me acomodo el pelo, manoseo mi rostro y procedo a leer.
Otra vez lo mismo con este pibe. Sus clásicas preguntas angustiantes, trágicas, románticas,  existencialistas y estúpidas, muy estúpidas e inútiles. Que parecen escritas desde la cima de una montaña en plena noche o desde lo profundo de un pozo oscuro. Cuando en realidad se las saca del culo.
Para que escribir se pregunta y me pregunta. Como me fastidia. ¿Cómo iba a saberlo? Ya le explique la última vez que nos vimos que ya no me interesa todo eso de la literatura, los poemas, el romanticismo, el problema del hombre moderno, Nietzsche, Sábato, Unamuno y todos los demás poetuchos.
El sueño de la filosofía termino hace años para mí, ahora estoy viviendo con mi pareja, con mi hijo y trabajo de lunes a sábados. Definitivamente no tengo tiempo para haraganear, para boludear y leer poesía.  Todo eso es tiempo pasado para mí y pensé que con Pallers había pasado lo mismo, pero parece que no, sigue con sus locuras y sus bajezas. Solo estuvo escondido estos años, como siempre lo hace, y molesta de vez en cuando y hoy con esta pesada carta. No voy a dejar arrástrame de nuevo, no señor.
Rompo la carta y prendo la televisión.


16

Mejor…mejor…mejor…mejor…es un infierno esto. Siempre parece haber un “mejor” que empeore las cosas. Las posibilidades de ser, siempre se nos van a escapar y nos dejan con las ganas de haber probado otros caminos, de abrir otras puertas, sin importar nada.  Puertas que siempre parecen cerrarse automáticamente cuando uno logra abrir alguna de ellas.
Mejor hacer esto, mejor lo otro o ambas, o no hacer nada, intentar todo y perderse y quedar exhausto con las manos vacías. Maldito amor, malditas amistades, malditas obligaciones, maldito compañerismo y respeto hacia el prójimo.
Las cosas se me mesclan y como no se iban a mesclar, si solo estoy intentando dormir en un cuarto a oscuras. Solo yo y mi pensamiento de nuevo, que va retomando a modo de juego todo lo que pensó y vio durante el día.
Comprar aquel sanguche de milanga fue muy mala idea, lo pagamos caro, lo pudimos haber conseguido más económico y sobre todo más temprano, si hubiéramos obedecido al primer instinto que tuvimos, pero no, especulamos con otras puertas y otras oportunidades más, que siempre se nos ofrecen.
La chica del subte se parecía a otra, y si le hubiéramos preguntado educadamente su nombre, quizás nos hubiéramos enterado que también tenía ese nombre prohibido o no, y chau con las similitudes y coincidencia. Qué oportunidad desaprovechada de asustarnos o de reírnos un poco.
El vendedor se puso molesto, parecía que ni hambre tenia, solo quería encajarnos su mercancía a la moda, y obtener algún billete de cien. Tuvo suerte, conmovió a uno de nosotros que andaba adinerado, y con el miedo de que el individuo en apuros nos pegue algún sopapo por malos clientes.
Mis cuadernos de juventud tardía y con tiempo libre, al parecer, gustaron. Me decía que había escrito en una página una cantidad exagerada de veces el nombre del filósofo Nietzsche. Yo no me había percatado de esto, quizás es que no quería que alguien se confundiera de autor, o peor aún, que en el momento de escribir la primera cita  no tenía la más remota idea de que la siguiente seria del mismo escritor y así un par de  veces más.
Su modo de leer era impresionante, le sacaba agua a las piedras, quedo fascinado con una hoja en blanco. Yo siempre pensé que ese truco era para hacer una pausa en las lecturas y así no mezclar todo. Él decía que ese espacio en blanco hablaba mucho y que hasta podía describir momentos cruciales de mi vida. No sé cómo se tomó mis palabras, cuando le dije que era un espacio en blanco y nada más, que dejaba porque no me gustaba escribir detrás de la hoja que tenía un dibujo por delante. Pero ahí está de nuevo el problema. Él, al quedarse callado, habrá pensado en otra interpretación posible para mis actos. Quedando de esta manera con la absoluta certeza de que nada de lo que hacemos es casualidad y que todo, sea lo que sea, remite a algo de la vida que uno viene  llevando, desde el primer momento como se pueda.
Pasaron muchas cosas más. En un momento, yo quería hablar de princesas rescatadas por sus príncipes, después de vencer al malévolo dragón, y el no. Solo se limitaba a traerme a la realidad, con algún golpe bajo o entrevista laboral, diciéndome que no sueñe más, que lo hecho, hecho está, que no me iban a perdonar los errores, por el simple motivo de que ya no hay un porque, y que ella es feliz sin mí.
Y  nos separamos, en donde corren los trenes, porque nuestras vidas reales, dándole la maldita razón a él, nos apuraban con alguna tarea para entregar con urgencia, y en mi caso, con algún deseo de ver la televisión tranquilo y descalzo.
Mejor…mejor…mejor…mejor…ahora no hay dudas, de que  lo mejor que puedo hacer es voltearme y dormir un rato.


13

Mi filosofía es mediocre. Carece de argumentos y de conceptos claros. Escrita o hablada no logro hacerla comprender.  Las imágenes pudieran ayudarme, pero no soy pintor ni dibujante. Tampoco de melodías me puedo servir, el deseo de ser músico nunca estuvo en mí. No obstante debo expresarme, porque tengo ideas y estas deben ser oídas sino quiero que se desperdicien y se transformen en una nada. Este es mi mayor miedo, no lograr hacer comprensibles las cosas que se me ocurren, que me nacen, que solo buscan salir de mí para lograr llegar ser algo, por mínimo que sea. Al fin y al cabo, quizás solo a los golpes pueda hacerme entender.
Me llamo Patricio, tengo treinta años y vivo solo. A pesar de que siempre fui un solitario, y de tener escasa familia, tengo varios conocidos. Solo aquellas personas que suelo saludar amistosamente, y que tal vez, en especiales ocasiones o no tan especiales, suelo mantener extendidas charlas sobre la vida, mientras disfrutamos de una lata de cerveza o alguna otra cosilla. Más allá de esto, la categoría de amigos la tengo vacante y cerrada hace tiempo. No los busco y ellos tampoco me buscan a mí.
Trabajo de tiempo regular, ocho horas diarias. Vendo cosas en un kiosco a la vuelta de mi casa. Soy, lo que la gente llama, el típico laburante de barrio. Gano lo justo y necesario para alimentarme a diario y para esas demás cosas que suelen necesitarse para vivir tranquilo y en paz. Nadie depende de mí, y me gusta pensar que yo tampoco dependo de otros.
A veces me siento mal por venderles cigarrillos sueltos a pobres adolecentes, pero me calmo cuando me pagan y se marchan apaciblemente. Solucionar el mundo no es problema mío. Creo que una persona, por más voluntad que tenga, no puede hacer mucho al respecto.
Soy eso, un simple vendedor que no va a mejorar el mundo, y no va a poner ninguna excusa por no poder hacerlo y su existencia que abarca lo mediocre.
El ser hijo único no sé qué significo para mí, difícil me es pensarlo. Mis padres nunca apuntaron sobre mí grandes proyectos o ambiciones. Digamos que me acompañaron, durante la infancia y adolescencia, con una educación ordenada, un trato justo, y con escasas muestras de amor, creo que también fue justo, porque no sé qué más pudiera pedir de ellos. En fin, siempre fui algo reticente con sus intentos de acercarse.
La escuela primaria paso por mi como si nada. Mi casa estaba siempre vacía, si al recordar no me equivoco, yo pasaba horas inventando pequeños juegos de niños que nunca pasaban a mayores. Con mis padres en esta primera época, como en las que siguieron, las conversaciones seguían siempre el mismo habito. Una pregunta, una respuesta, otra pregunta, otra respuesta. Ningún hecho podía romper este marco. Yo era un hijo correcto, toda una idealidad, al menos en mis respuestas.
De igual manera puede que me equivoque, en realidad hay muchas cosas de las que no retengo ningún recuerdo en lo absoluto.
Ellos también parecían los padres ideales. Daban lo que tenían que dar, si recibían lo esperado. Parecían, ambos, dos seres tristes, pero la verdad es que eran muy serios. Fríos, en lo que hoy se podría suponer como el típico trato que los padres dan a sus hijos. Por fuera de la relación que tenían conmigo no sé qué decir, porque o no me acuerdo o nunca los vi relacionándose con otras personas, fuera  algún tío o algún otro pariente lejano.
En mi adolescencia, y en la etapa del secundario, creo que viví o sentí  por primera vez  aquella chispa que pudo haberme marcado para el resto de la vida, al menos hasta el día de hoy. Me solía ocurrir en clases en donde el profesor  nos hacía preguntas al azar. Del tipo que requerían cierta elaboración previa en las repuestas, no por ser complicadas en sí, sino por precisar cierto ordenamiento  para ser pronunciadas de forma correcta. Me ocurría tener esa respuesta en mí, dentro de mi cabeza, pero no encontraba la forma de hacerla salir de allí dentro, de expresarla de modo ordenada y correctamente.
Esto hizo que muchas veces me guarde interiormente. Por no querer pasar el ridículo de decir una tontería mal ordenada, y  pasar por un tonto que no entendió nada de lo que se venía hablando en clase. Es esa sensación que no puedo describir, de tener algo para articular, para decir y al fin no poder hacerlo. No me podía traducir a mí mismo. Y por lo general optaba por quedarme callado, ahogando en la garganta este desorden que nacía en mi cabeza.
En pocas palabras, había algo en mí que no podía sacar, eso fue lo que empecé a sentir mientras cursaba el secundario.
No obstante, este problema no llegaba a importunarme del todo durante aquella época de mi juventud. No crean que me impedía desempeñarme en las demás cosas como una persona normal, al menos en cómo me podía mostrar exteriormente. Cumplía con las tareas de la escuela, como todo el mundo, no de manera brillante o sobresaliente, pero me alcanzaba para vagar tranquilo por aquellos años. Con mis padres igual, sus preguntas eran tan normales y monótonas que no requerían esfuerzo para responderlas. Casi siempre contestaba lo mismo, sin llegar a mentir de manera directa, y eso era suficiente.
De igual manera, sobre todo, en momentos relacionados con los trabajos escolares, siempre sentía que  me quedaba con algo que pudiera expresar o agregar, en estas mis tareas. Hacia todo si, pero de una manera estándar, nunca lograba sacar de mí aquel sello propio que podría diferenciarme del resto.
Pero al fin y al cabo nunca fue del todo importante, no lo pensaba así, y con el tiempo logre acostúmbrame con este mi proceder, sin hacer de ello gran problema. El no poder trasmitir  lo que acontecía dentro de mí.
Sé que no estoy siendo del todo claro, pero entiendan, es precisamente este problema que tengo el que quiero lograr hacer comprensible. No se me debe culpar, a esta altura, si no logro hacerlo, sobre todo por escrito, ya que con el tiempo se fue volviendo algo constante en mí. No podía y no puedo expresar el fondo de mi ser, pero como ven tampoco puedo decirlo o escribirlo, porque este el problema, y  el término “fondo de mi ser” creo que no es lo que mejor se aplica a este sentir.
Pasó el tiempo, y tuve la oportunidad de ir a la universidad. Mis padres no tuvieron problema de seguir sosteniéndome económicamente. Lo veían como lo correcto, como el paso a seguir, y ya que podían quisieron hacerlo. Al preguntarme yo no tuve problema, a pesar que no sabía aún que estudiar allí.
Entre en la carrera de letras, en la facultad más cercana. La verdad no sé porque, nunca me intereso la escritura, y solía leer poco, es más como entenderán siempre tuve problemas con estas prácticas de índole “intelectual”.
Ver la hoja en blanco, y saber que estaba obligado a llenarla, siempre fue el infierno, algo de lo que tenía y no podía escapar.
En esos momentos mi problema, que ya lo había tomado como algo natural que me había de acompañar por el resto de mi vida, era cuando más se manifestaba. Sufría la urgencia de ponerme en marcha, de ordenar las ideas y traspasarlas al papel. Esto me ocurría todo el tiempo y cada vez se trasformaba en un malestar con síntomas que de a poco iban empeorando.
Solía quedar paralizado, en el intento de obligarme a garabatear algo. Me lastimaba a mí mismo, me rasguñaba o golpeaba con los puños el escritorio o cualquier otro mueble que estuviera alrededor o que se cruzara en mi camino.
Fue un grave error  pretender seguir con mis estudios. Estos golpes que me daba ya eran toda una premonición de como terminaría, si dejaba que esto siga creciendo.
Acabé abandonando la carrera, luego de un par de años de lucha conmigo mismo. Lograba desarrollar los trabajos y todo ese tipo de cosas, pero no de una manera que pudiera satisfacerme por completo. Siempre me quedaba con ese gusto amargo de total insatisfacción. Ya lo sabía, había algo en mí que no podía ser expulsado mediante palabras.
Algo siempre se terminaba quedando alojado en el fondo, algo que pedía salir.
Llegue a romper todo lo relacionado con la universidad. Rompí carpetas, cantidad de hojas en blanco, destroce mi mochila, y termine rompiendo cosas de mi habitación. Recuerdo haber roto un cuadro que había en la pared con el rostro de no sé qué artista. Era una cara que se transformaba en el rostro de un ave extraña. Con unos ojos fríos que siempre se me quedaban mirando, y que hoy, en mi venganza, está enterrado en un tacho de basura.
Fue en esta época, yo rondaba los veintipico, cuando me pelee con mis padres y tome la distancia que hoy tengo con ellos.


24

Conseguí un trabajo cualquiera, que me permitiera alquilar una habitación para mí solo, para hacer algo, matar el tiempo, ya que no tenía aspiración alguna para  hacer alguna cosa en particular. Sabía que mi problema iba a interferir en cualquier labor “intelectual” o “artística” que me propusiera con seriedad. No podía escribir o decir correctamente lo que pensaba. Sabía que no servía para hacer casi nada.
Me solía ocurrir en típicas charlas en las que buscaba dar mi punto de vista, con respecto a un tema específico, que no encontraba las palabras que hubieran indicado precisamente lo que buscaba decir. Y si recurría a imágenes o a ejemplos me iba completamente del tema, llegando incluso a dejar que se interpreten de mis palabras exactamente lo contrario de lo que quería decir. Algo completamente absurdo. Mis ideas se morían disfrazadas de otras.
Esto hacia siempre que me embronque o me fastidie conmigo mismo. Y para calmar el malestar me mordía los labios u oprimía algo disimuladamente con las manos. Eso siempre lograba calmarme un poco. No era Van Gogh, sino hubiera procedido a arrancarme la oreja o en este caso la lengua de manera violenta. Pero sé que exagero, no se preocupen, ningún destello de genialidad u originalidad podía sacar de mí. Todo era monótono o vergonzoso, nada más que simpleza vulgar.
Una vuelta hasta llegue a patear a un inocente perro. Ocurrió cuando iba caminando de regreso a mi casa, que de la nada un señor me intercepto con una simple pregunta, buscaba una dirección no muy lejana de donde nos encontrábamos. Ni bien dicha la pregunta, yo me quede paralizado, sorprendido, abstracto, intentando pensar y acomodarme a esta repentina situación. Yo conocía esa calle, pero no sabía por dónde comenzar a hablar, me trababa completamente.  Y mi cara debió de ser rara, porque el hombre me miro extrañado y dijo gracias, no se preocupe y se fue dando un salto.
Me quede irritado, con la sensación de impotencia que me carcomía los huesos.  Era el colmo, ni siquiera podía con algo tan simple, me repetía en el pensamiento a mí mismo, también algo desilusionado y triste. En ese momento justo un perro, de esos que viven en la calle, pasaba a mi lado, lo mire y con el odio que me quedaba le di un puntapié de la nada, una salvaje patada sin compasión. El perro pobrecito se alejó corriendo, el golpe debió de  dolerle.
Siempre me ocurrían cosas de este estilo. Hubo un tiempo en que pensé en dedicarme a ser boxeador. Para lograr descargar estos impulsos violentos en algo productivo. Pero no resulto. Aprendí que los boxeadores no salen de la nada. Primero tiene que haber alguien que te influencie desde chico en el tema, que te inculque la idea, algún padre o pariente que lo haya sido en el pasado. Vivir en un ambiente donde este deporte sea algo común, como una tradición, cualquier cosa, alguna circunstancia que me lleve a ello, sin que me diera cuenta. Pero no contaba con nada a mi favor, de grande no se aprende cosas, menos disciplinas tan aplicadas y rigurosas. Ni siquiera un gimnasio o algún lugar en que se practique conocía.
Tenía que sacar esto de mí, esa era la cuestión. Los golpes, pienso, ¿qué es un golpe? ¿Una manera de comunicarse? ¿De expresarse? ¿De sacar una voluntad o intención que hay dentro? ¿Una ganas de hacer qué? Al menos, parece una forma de hacer contacto con los otros, un trasmitir algo, un impulso, quizás también un pensamiento, no lo sé, no sé nada, me enredo sin sentido.
Lo que sabía era que en mis “ataques” de impotencia, de aquella imposibilidad de decir o trasmitir algo, lo único que me reconfortaba era hacer algo brusco, algo con algún trazo de violencia. En aquella ocasión  patee a un perro. Cuando intentaba escribir algún proyecto escolar rompía hojas, hasta llegaba a pellizcarme para liberarme, para sacarme de encima o expulsar no sé qué. Esto resultaba realmente angustiante.
También tenía muy en claro que este problema debía quedar en mí. No podía ir por la vida golpeando o pellizcando a terceros, debía limitarme a mi persona, de lo contario los problemas no tardarían en presentarse.
Por suerte con el tiempo pude ir tranquilizándome, apaciguando esta energía mal llevada. Descubrí que no debía exigirme grandes tareas, porque era en estos momentos dónde más se manifestaba la trabazón. Debía mantenerme el mayor tiempo posible en calma, tranquilo, sin apurarme a resolver nada. No exigirle a mi mente un trabajo demasiado rápido, sino el pensar, el tomarme el tiempo para hacerlo y definir lo que busco decir con las mínimas palabras.
No era que me había vuelto un tonto, no, al contrario, podía procesar grandes combinaciones en mi mente y expulsar un resultado más sencillo. Nociones más palpables, más fácilmente comprensibles, tangible, más aptas y cómodas para manejarse en una vida normal.
Ya no precisaba de golpes sobre las cosas o de pellizcarme la piel. De a poco estos síntomas se fueron apagando.
Además ahora con esta nueva paciencia, el no apurarme al hablar o el buscar decir algo maravilloso que supere cualquier expectativa, podía adoptar  un aire más sabio, más armónico, quizás sutil. Demostrar una tranquilidad, que siempre es mejor acogida por los otros.  Más que cualquier disparatado levantamiento de la voz.


18

Termine encontrando el trabajo en el que estoy hasta el día de hoy. El cual me ayudó y me permitió llevar una vida sin exigencias.
Con mis padres pude reconciliarme, aunque sea un poco y de palabra, más no se podía pedir de ellos y sobre todo de mí. De esta manera pasaron los años hasta llegar al presente. No hay más que pueda contar, en el transcurso de la vida que llevo, que pueda resultar llamativo.
Ahora que puedo verlo todo en retrospectiva, desde mi puesto de trabajo, pienso que logré superar este problema. Que si no hacía algo para calmarlo tarde o temprano iba a arruinar mi vida.
Era totalmente vano y estúpido que me exija cosas que no podía lograr y que me atormentaban de tal manera. El trabajar con las ideas, el ingenio, la creación, son cosas que pueden dañar más de lo que uno puede imaginar. La historia misma nos demuestra a muchos locos, que se prendieron fuego a sí mismos, al no poder soportar las inclemencias y las miserias que se esconden detrás de toda creación artística o de proyectos duramente elaborados que consumen vidas.
A parte, como dije, estaba seguro de que no iba a lograr nada. Me faltaban habilidades, aquella facilidad  de ponerme fuera de mí, la magia del artista, la de expresarme. Nunca la tuve, y la expresión violenta, el golpear o golpearme, no iba a ayudar en absoluto.
Hoy puedo ser mal vendedor o buen vendedor. Mínimo y suficiente contacto con las personas. Aprendí a disfrutar de la sencillez de esta vida, que tiene grandes cosas. El trato falso, o quizás, el más verdadero de todos,  con las personas. Me saludan, me dan el buen día con alguna sonrisa. Yo trato de hacer lo mismo y satisfacerlos con mis servicios de vendedor. No hay más que pueda pedir o exigirme a mí mismo, aquellas ideas que me pedían libertad, con el tiempo se calmaron y ahora puedo manejarlas de un mejor modo.  Soy feliz con esta vida que llevo, simple y convencional, nada de otro mundo,  lejos de cualquier pretensión o peligro de hacerme  resaltar.



19

-¡No veo un carajo!- dijo el narigón, con la voz agitada mientras llegábamos.
Un viento fuerte levantaba remolinos de tierra y parecía que estábamos en el medio de una tormenta de arena o de lo que más bien era la ante sala a una tormenta.
-¡No se ve nada!- gritó uno de las dos voces- ¡está todo oscuro!, ¡mirá arriba!- era Pato, porque señaló el cielo, que tronaba desde que habíamos entrado al supermercado.
Nos detuvimos en unos pastos altos para que nadie nos vea, cerca de la salida del paso nivel, muy alejados de la plaza y de la estación. Y nos tapábamos las caras con las remeras del  equipo para que no nos molestase la tierra. Permanecimos un rato callados, escuchando el viento poéticamente helados. Helarte: cagarte de frio. Y de repente, zas, la tarde noche pareció cerrarse estrepitosamente, como quien olvida dejar las luces prendidas del patio antes de irse a dormir porque el interruptor que está afuera de la casa está lejos y se observa que el cielo está amenazantemente oscuro. Bueno, asi estaba. Porque se venía la tormenta, el cielo se había oscurecido.
Empezamos a tratar de poner las cosas en claro. “¡¿ Cuánto hay?!”, pregunté gritando.
-¡Hay como cinco lucas!- dijo Pato, que era el que tenía la plata.
-¡¿Cómo sabés?!- retrucó el narigón.
Las primeras gotas empezaron a caer y a mi me parecieron frías. Al viento también, porque por un momento dejó de soplar y se quedó en silencio, como si quisiera escucharnos.
-Pensás que te voy a cagar, ¿No?
-No, no es eso, es que hay que repartir y irnos a la mierda.
No sé por qué pero al verlos pelear me dieron ganas de matarlos. Sacar el fierro y dejarlos ahí secos entre los yuyos. Ah, si me descubrieran dirían: joven estudiante inconcluso de filosofía mata a dos amigos luego de asaltar un supermercado chino. Profesor ayudante de la materia filosofía antigüa mata cómplices amigos.” Tan solo me limité a decir: “Que quilombo hicimos.”
-Vamonó a la mierda- dijo Pato, que era el que nos había llevado hasta ahí.
-Pero si vos nos trajiste acá- ya re mil sacado el narigón.
-Si ya sé...pero era para…
-Si, vos nos trajiste- lo acusé yo- Patricio, repartí la guita y listo.
Pensé en sacar el fierro y apuntarle. Si lo hacía, quien sabe lo que pasaba. Por un segundo tuve la sensación de que lo iba a matar si no lo hacía, y al narigón también de paso, y que le iba a contar todo a la policía.
Empezó a llover torrencialmente. Y el muy hijo de puta salió corriendo. Y cuando llegué a casa me di cuenta que estaba esperándome y que habíamos vuelto a ser uno. Teníamos la guita.


20

La primera vez que se habían visto había sido en las aulas de filosofía. De contexturas delagadas, piernas largas, brazos igual, inclusive la misma vestimenta. Si alguien hubiese visto todo desde una cámara caleidoscópica, de 360 grados, hubiese dicho que iban a tener más cosas en común de las que se hubiesen imaginado. Ese primer día en la facultad de filosofía en la calle Puán, se habían conocido y habían coincidido en todas las materias y habían pegado onda enseguida. Como si se estuviesen esperando desde tiempos muy lejanos. Eran días lluviosos y el consejo directivo había lanzado como consigna cuatrimestral la enigmática frase “¿Podrán dar todo?”, que rondaba como un camaleón, como un camaleón hembra, el temario y las exposiciones y presentaciones y conferencias y congresos, etc. Luego se vieron en muchos lugares mas.
Fueron pasando las semanas. Fortaleciendo el vinculo. Coincidiendo en temas como lecturas y series de netflix o películas antiguas como Casablanca u otras tal vez no tanto como El niño del pijama a rayas y tal vez otras mas recientes como Batman el caballero de la noche. Y hablaban de filosofía y como esta siempre podía estar presente en cada película y en cada instante de la vida. Y se veían cada vez más. Fueron contándose confidencias. Los primeros amores, los primeros bailes de la secundaria. Cosas que en realidad no habían ocurrido. Y así cada vez más. Pensamientos suicidas. Pensamientos absurdos. Estudiantes ambigüos. Estudiantes esquizofrénicos. De todo hablaban y sobre todo creían tener algo para decir. Política. Género. Aborto. Marihuana, que no habían probado nunca. Hablaban de idealidades. Amores románticos. Amores perdidos. Amores que no sucedieron ni iban a suceder. Se enamoraron quizás por primera vez y raramente, de Castillo, a quien esperaban a la salida para que les dirigiera la palabra y se diese cuenta de su existencia. En vano. Ya que Castillo siempre parecía estar en otra. ¿Cuántos años tiene Castillo?...¿Puedo enviarle este mail Castillo?...¿Por qué tanta rareza?.
Y así se fueron conociendo mas y mas. Hasta que... Un viernes, a las diez de la noche, luego de haberse quedado después de hora para presenciar un recital de poesía del famoso escritor poeta Fabián Casas, en la estación del subte Emilio Mitre, de la línea E, sin pensar demasiado, se besaron por primera vez.

Al tiempo, pero esto es muy sobre el final, vivirían una especie de noviazgo, muy extraño, que se anunciaría a los cuatro vientos onda confesión mediante una publicación en internet, donde una escribiría y la otra lo leería. Y así seguramente todos los que las conocerían. Pensarían en el que dirán y al tiempo muchas cosas ocurrirían.
Todo así, hasta que un objeto, en una foto, delataría que ambas, siempre habían sido, primas, lejanas. O cercanas. Pero para esto falta.


21

Un verano, un día, ya siendo novias, viajaron al norte del país. De mochileras.
En total se subieron a treinta y ocho autos y cuatro camiones. Conocieron mucha gente. Allí vivieron experiencias que podrían ser consideradas únicas. Llegaron hasta donde querían ir y se instalaron en los alrededores del centro de la ciudad.
Dormían en un camping. En un comedor común, donde comían y bebían. Se podría decir que bastante. Comieron animales exóticos. También plantas, que presagiarían su conversión poco tiempo después a las dietas vegetarianas. Postres. De todo tipo. Hasta ahí se limitaba el rubro gastronómico. Con las bebidas, si se podría hacer la diferencia, hubo de todo… Gaseosas. Cervezas. Vodka. Martinis. Etc.
Cuando terminaban de comer, iban al baño y de ahí a la carpa. Donde se acostaban mientras se besaban, entrelazando sus piernas. Ya se habían acostado muchas veces en Buenos Aires, pero fue en el Norte donde intensificaron la apuesta.
Tuvieron mucho sexo. Sexo que fue variando a medida que veían la necesidad imperiosa de reinventarlo. Probaron de todo. Posiciones. Puestas en escenas. Cambio de roles. Hasta que encontraron una cierta comodidad a través de las lecturas. Leyeron y leían de todo. Había una librería en el centro donde iban. Libros baratos. Librerías perdidas. El primer libro que leyeron fue El Banquete, de Platón, y a partir de ahí consideraron que en adelante comenzarían a hacer solamente, el amor. Luego vinieron muchos más pero el que modificó el panorama fue el Kama Sutra, con su apertura divina que hace perder la cabeza a cualquiera, y pese a que esperaban exactamente lo contrario luego de tal lectura, se puede decir que a partir de ahí comenzaron a hacer una exploración corporal que iba desde lo que sentían cada una a lo que pensaban que podían sentir antes, durante y después de llegar a los orgasmos. Habrán estado como una semana así con los libros, que se iban acumulando. Hasta que leyeron Utopía de Tomás Moro, y ahí si, sin saber cómo ni por qué, empezaron a coger. Y eso fue lo más placentero que experimentaron en el plano de todas sus lecturas pre copulación, hasta que fumaron marihuana. Mucha marihuana. Y de la buena. La que pega, les dijo la chica del camping que se las obsequió, luego de hacer un trío en honor a una lectura del Marqués de Sade junto a ellas.
Luego, un día, empezaron a caer los buitres.



22

La locura del nunca existir. Que buen texto hubiese sido, se dijo Castillo mientras caminaba rumbo la entrada de la facultad de filosofía y letras, si le hubiese puesto mas ganas para terminarlo como la gente ¿Pero qué es terminar un texto como la gente? ¿Cómo lo hacen esos lameloides colegas de la academia? Castillo notó que utilizaba nomenclaturas propias de los textos de ciencia ficción que estaba leyendo últimamente y decidió permanecer en silencio, mientras dejaba irse  hacia uno de los prácticos de filosofía antigua donde ayudaba dando clases. Clases que eran consideradas por los estudiantes como clases fuera de lo común, clases extraordinarias, donde Castillo exponía, por ejemplo, en una lección de algún pensamiento de Platón que consideraba aburrido, pero muy aburrido y pasado de moda, un paralelo con lo que Nietzsche pensaba del tema, y ahí la clase se perdía, se iba por las ramas, ya que Castillo y su vida era Nietzsche desde que tenía memoria. Entonces hablaba del alemán pensando en lo que pensarían los estudiantes primerizos que estuvieran escuchando una clase de Nietzsche por primera vez. Y empezaba a hablar y los estudiantes participaban, hasta que Castillo proponía una lectura, una de sus tantas lecturas, trazando un paralelo de la vida del filosofo alemán, con lo que había sido su caída en Turín, cuando le llegó la locura y el fin, en una calle perdida, y sus posteriores días envueltos en pleno delirio, con pequeñas aproximaciones, hasta que vino a salvarlo un amigo; y en aquí Castillo se detenía, y enfatizaba un poco sobre lo que conocía literariamente de algunos pasajes de la primera parte-parte que en realidad era la única que había leído- del Ulises de James Joyce; y se enfrascaba un poco en eso, y los símiles que podría haber tenido tal lectura en una lectura posterior y faranduleada-seguramente mala, decía Castillo- hecha por Marilyn Monroe, en su famosa fotografía sosteniendo tal libro y en su posterior vida llevada al exceso, diciendo Castillo que eso era bueno pero también malo, sin decirles a los estudiantes, que había que buscar ese famoso punto medio de las cosas, el punto medio oriental, que Castillo detestaba, mas por no considerar que ese pensamiento que tal vez tanto admiraba a Nietzsche por su devoción discipular a la distancia para con su amado Schopenhauer y sus ideas, desdeñadas por Castillo, por tener una vieja bronca contra un ex amigo que le gustaba a Borges y que decía que el punto medio era algo propio de sus ideas Borgeanas-Nietzscheanas-Schopenahuerianas , cuando Castillo bien sabía que todo era parte del pensamiento de oriente llevado y mal comido desde occidente, acusando a su amigo de leer a Schopenhauer desde Borges, ni siquiera desde Nietzsche, la tesis que Castillo si defendía, en una lectura considerada por Castillo, como enferma. Totalmente enferma. Luego la lección se distorsionaba, y pasaba del epígrafe de la novela de Joyce que hablaba de los cadáveres que se destripaban en la sala de autopsia,  a los asesinatos inconscientes de Charles Manson obedeciendo a una especie de mandato divino y la clase delirante era ambientada con dos o tres temas de Marilyn Manson que hacía que algunos estudiantes-bastantes- se retiraran del aula y se perdieran la parte que mas le interesaba a Castillo: que era el rescate del filósofo alemán por quien fue considerado su mejor amigo en el final de su vida: el pintor Franz Overbeck, y como este decidió ir a buscarlo a Turín, de donde trasladó a su amigo hasta el manicomio en Basilea. Y ahí la lección concluía con dolores de cabeza. Muchos. Los pasillos estaban imantados de flores y plantas de todo tipo; y esto a Castillo le pareció desagradable y antiestético. Todo es estética, se repitió, mientras empezaba a subir las escaleras. Y llegar al aula para dar una de sus tantas clases.


23

-La parte más inconveniente de todas es cuando te das cuenta de que mataste a una persona. Y seguís viviendo con eso como si nada. Liberado de toda culpa. Eso te enseña la literatura. A soltar y a dejar ir eso que mas amaste.
-Si, pero y si no mataste a nadie…
-No me jodas viejo, vos sabes que vos mataste a tu amigo por unos pesos de mierda… y lo peor es... que ahora sabes…
-Que el crimen no paga.



17

Un mal día, pero esto fue mucho después, mucho tiempo después, dicen que el escritor desaparecido Miguel Quinteros aterrizó y se encontraba en la ciudad de México. Allí paseaban una pareja de chicas que jamás iba a saber hasta un buen tiempo después (Antes de que se muriera la madre de una de ellas) que eran primas.  Distrito Federal, el llamado DF, que era capaz de tragarse a todo aquel que se disponía a perderse, lo tenía recluido a Quinteros en uno de sus tantos departamentos de mala muerte. Peleado con todo el mundo. Prácticamente indeseado en todas partes. Pero quien sabía si estaba ahí por eso o simplemente para perderse. Allí, dicen que Quinteros dormía todos los días sedado por dosis de tequilas y sobrellevaba todo su pequeño vicias gracias a que vivía con lo que había “ahorrado” de su salida escandalosa de la ciudad de Florencio Varela, de cuya dirección nadie se acordaba, a excepción de una de las personas que más lo conocían, y que sabía que Quinteros se empeñaba todo el tiempo en ser, dinamita. Esa persona también, y esto fue mucho tiempo después, bah, por esa época, viajó a México a buscarlo cuando supo que ahí lo encontraría. Pero México es muy grande. Por eso.. Y antes de seguir con la búsqueda y todo lo que puedan llegar a pensar, es preciso decir que la persona que lo buscaba se llamaba Darío Soto, era profesor sin recibirse, había perdido a su amor de toda la vida Georgina. Y las cosas de a poco se iban destejiendo, como la telaraña de una araña arrasada por un temporal de fly.


12

-La parte más inconveniente de todas es cuando te das cuenta de que mataste a una persona. Y seguís viviendo con eso como si nada. Liberado de toda culpa. Eso te enseña la literatura. A soltar y a dejar ir eso que mas amaste.
-Si, pero y si no mataste a nadie…
-No me jodas viejo, vos sabes que vos mataste a tu amigo por unos pesos de mierda… y lo peor es... que ahora sabes…
-Que el crimen no paga.

-Eso dicen...dicen que el crimen no paga



14

Un mal día, pero esto fue mucho después, mucho tiempo después, dicen que el escritor desaparecido Pallers aterrizó y se encontraba en la ciudad de México. Allí paseaban una pareja de chicas que jamás iba a saber hasta un buen tiempo después (Antes de que se muriera la madre de una de ellas) que eran primas.  Distrito Federal, el llamado DF, que era capaz de tragarse a todo aquel que se disponía a perderse, lo tenía recluido a Pallers en uno de sus tantos departamentos de mala muerte. Peleado con todo el mundo. Prácticamente indeseado en todas partes. Pero quien sabía si estaba ahí por eso o simplemente para perderse. Allí, dicen que Pallers dormía todos los días sedado por dosis de tequilas y sobrellevaba todo su pequeño vicias gracias a que vivía con lo que había “ahorrado” de su salida escandalosa de la ciudad de Guernica, de cuya dirección nadie se acordaba, a excepción de una de las personas que más lo conocían, y que sabía que Pallers se empeñaba todo el tiempo en ser, dinamita. Esa persona también, y esto fue mucho tiempo después, bah, por esa época, viajó a México a buscarlo cuando supo que ahí lo encontraría. Pero México es muy grande. Por eso.. Y antes de seguir con la búsqueda y todo lo que puedan llegar a pensar, es preciso decir que la persona que lo buscaba se llamaba Patricio Castillo, era profesor sin recibirse, había perdido a su amor de toda la vida Lucía. Y las cosas de a poco se iban destejiendo, como la telaraña de una araña arrasada por un temporal de fly.



25
Quinteros pronto supo que la chica de humo esa, cumplía años el día 25 de determinado mes. Y así, entre libros, pasó el tiempo miserablemente hasta que su madre lo echó de la casa y anduvo vagando por el período de diez años en el exilio.
Sin patria, sin ideas, sin perspectivas, había cambiado tantas veces el nombre que lo casi lo había olvidado. Pasaba el tiempo, y empezó a escribir historias, ya no eran poemas, sino historias que dejaba en cualquier parte, todas relacionadas con ese día como temática.
Había una historia que hablaba de bibliotecas perdidas en pueblos perdidos, como, por ejemplo, Guernica y allí, Quinteros, con una destreza técnica muy pobre, contaba la historia, su historia y lo que recordaba de ella, desde la perspectiva de un joven estudiante llamado X, cada vez que iba los 25 de cada mes a pagar la cuota a una biblioteca. La biblioteca era pequeña, agradable, y tenía los libros que debía tener. El joven estudiante era el único, en días invernales, en ir, y muchas veces parecía que era el único en la ciudad, porque Guernica no era un pueblo, que leía.
Allí, en la librería, ese mismo día, cada vez que llegaba el estudiante, y aquí la historia se ponía pesada. Lo único que escribía Quinteros era la repetición de este dialogo. Muchas veces con distintas palabras.
El joven X entraba y esto  era lo que escuchaba ni bien traspasaba el chirrido de la puerta.
-Pero Marta, no te enojes, que no pasa…no seamos dos personas que se rechazan y nada más.
-Ahora me salís con esto... No te entiendo... No pasa nada... No pasa nada… Como qué no pasa nada... Pasa que no quiero que te me acerques nunca mas en la vida… No entiendo como te da la cara para hacerlo... Sabes que no me gustan las flores, ni las latas de aceitunas, ni esos poemas que escribís, Ricardo... Y seguís insistiendo... Por qué no me dejás en paz, por favor. Y te vas que tengo gente. ¿Cómo estás “X”? ¿Venís a pagar la cuota por adelantado ya?

Y esto es lo único que queda del único cuento que fue encontrado y mostrado, sino, tal vez, de los cuentos de Quinteros.




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