jueves, 28 de febrero de 2019

Mi amiga invencible

Hacía calor.
El curso de verano se estaba estirando mucho -no pasaba más- y eso -salvo por el calor- era bueno para pensar en nosotros.

Estábamos sentados con una amiga en el pasto del fondo de casa. Tendidos hablando, tirando ideas al azar. Escuchando una banda llamada Mi amigo invencible. Nos habíamos juntado porque hacía mucho que nos queríamos juntar y nunca coincidíamos. Yo vestía pantalones cortos y camisa y ella un vestido largo hermoso. No es que me esté guardando info sino que no hay mucho que contar más que lo que sucedió luego que le conté lo que me había pasado. "El famoso episodio tan común en la vida de un..."  

Intenté explicarle por qué creía haberlo hecho. Intenté explicarle la lógica que creía ver en el -que tal vez mal creo llamar- maldito roma. No se si logré y aun creo que no lo logro hacerme entender. Pero quise contarle que era eso de "Roma"; ella me dijo que los desamores son materia común en todo el mundo. Seguimos intercambiando, le contaba mis replanteos, ella los suyos. Estábamos medianamente parecidos. Habíamos vuelto a aquella hermosa etapa que tal vez habíamos dejado perder. Cuando nos buscábamos sabiendo que anadábamos para encontrarnos. Le conté que había leído mucho, y ella tambien. Coincidimos en especial en la ciencia ficción.

Hablamos de autores. De ideas. De si en realidad la ciencia ficción no hablaba del pasado, de lo perdido, en vez de piro futurismo. Y nos detuvimos en un cuento. Un cuento que trabajaba lo perdido. "Si, ya sé", me dijo ella para mi sorpresa, "Ese que van a la luna y allí están supuestamente los seres queridos que se pierden en la tierra". Algo así, pensé decirle, pero solo la miré emocionado de escuchar su lecura. Si, le dije. "Entonces bajan todos a la luna, y cada quien por su lado, va en busca de lo perdido. Bueno, resulta que todo es un engaño de los marcianos. Y ahí te das cuenta de algo: o te ponés a llorar o te preparás para luchar. En fin, que lo que se pierde es porque nunca se tuvo."

Repentinamente me largué a llorar.  

Ella, tal vez no tan sorprendida por la situación, ni incómoda, entre nosotros no había verguenza, se me echó encima; no, me abrazó y el que se echó debajo fui yo. Ahí fue cuando empecé a reír. Otra vez me sentía con roma. 

Roma. Roma. 

- No llorés boludo.
- Estoy bien, estoy bien, ves, solo es esto qué te estoy diciendo.
- Roma.
- Te hace reír y después llorar. O las dos a la vez , o una antes y la otra después. Son muchas emociones. Así no se puede. No sé. Pierdo el sueño, me pongo profundo; no sé hablar como todos, ojalá pudiera explicarte para que sepas que está todo bien.
Mientras me secaba las lágrimas con la camisa ella me miraba y cuando yo intentaba mirarla ella miraba el pasto. Hasta que nuestras miradas coincidieron y ella dijo:
- Tranqui, no hace falta. Ya se te va a pasar.

No quise decirle que a veces disfrutaba con eso y creo que ella en el fondo lo entendía porque tal vez había sido una etapa que había pasado.

-A vos ya te pasó esto, ¿No?
Ella me miró y se rió con esa sonrisa indescriptible. 

Me repuse para abrazarla. Y así nos quedamos. Frente a una puesta de sol que quemaba. Nos quedamos abrazados así, tendidos en el calor del pasto del patio mientras sonaba el tema Colmillos.

Ya no pensaba tanto en el curso de verano. Imaginaba la escena desde lo alto como si fuera una toma aérea, alejándose, mostrando que lo importante no éramos solo nosotros sino lo que nos rodeaba, impecable:

Nuestros rostros dibujados mezclándose junto con el paisaje gris del patio resplandeciente por intensas luces del atardecer; o mejor dicho, dos caras: las nuestras.

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