Esta es otra de las tantas historias de mi gimnasio que me reclama y yo me niego porque pienso y aventuro que està a punto de desaparecer. Y sería bueno que eso pasara porque el crossfit lo barrió como lo nuevo barre a todo lo viejo. (Que lindo es tener un blogcito medio secreto como este, donde está siempre la tentación de mandar en cana a cualquiera y dejar acentado el testimonio de su comportamiento que decidimos tratar de contar).
Mucho palabrerío decís y terminás no diciendo nada, como me dijo esa hermosa chica en la última aula de clases en la que estuve un día miércoles, porque el miércoles era que teníamos esa materia infernal. La facultad y sus recuerdos que no terminan de ser porque no se completaron o no fueron completados a propósito, dejando una rendija para una posible vuelta más adelante. Que equivocación sería, querer regresar el tiempo atrás es algo que vengo pensando estos tiempos y voy a contar, a enumerar la extensa decisión de no volver al gimnasio. A pesar de que yo era su benjamín, un histórico, un valuarte, the king.
1)Mil pesos de cuota mensual, cuando estaba acostumbrado a garronear y hacerme el vivo y no pagar porque era un gimnasio de barrio cuya dueña era mi tía, me parecieron demasiado.
2) La capacidad, el uso horario y los no baños que la nueva normalidad dispuso protocolarmente para poder hacer las actividades normalmente nuevamente y regresar a como era antes, lo cual trajo el agregado de que el horario que se podía elegir era estrambótico y no cuajaba con la capacidad del máximo de 3 personas que desembocaban en los horarios que a mi me gustaba ir como era la media tarde y la unánime noche.
3)Los amigos que se fueron y no volveràn. Y el profe Ernesto que está insoportable y sé que hizo todo esto para recaudar y salvar lo que queda de la mala sequía previa al fin del año. No lo juzgo. No me subo al tren.
Y esto me lleva a un recuerdo que empieza en el colegio, escuchando hablar a dos compañeras amigas entre sí, sentadas sobre la mesa mostrando sus piernas. Yo hacía mi tarea y de repente contemplé y escuché:
-Si, no sé cómo hace la boluda para seguir con ese sucio de Misha.
-Ay si, yo tampoco, boluda.
-Encima dicen que deja los forros ahí tirados después de coger.
Me acuerdo que pensé que daría todo para que en un futuro dos mujeres hermosas hablen de mí en la escuela. Todo lo que estuviera a mi alcance. Asi que creo que fue ahí cuando me anoté en el gimnasio. Me gustaba ir al gimnasio, a pesar de que iba a en un horario desierto. Mejor me resultaba porque tenía disponibilidad de máquinas. El profesor Ernesto ponía la radio y la música retumbaba por todo el gimnasio. Asi descubrí un montón de temas, entre ellos uno que me gustó mucho llamado Emocionado de Fidel Nadal. Y la música se escuchaba mejor que si hubiese habido gente entrenando a la par con otras máquinas.
La cuestión fue que en el gimnasio todo era oscuro y competitivo, y solo se hablaba de un ruso que tenía un padre que cazaba gorriones para comérselos con una trampera en los techos, que hacía más ejercicios que todos juntos. Un día ese ruso apareció, rubio, musculoso, parecido a Ivan Drago solo que con el pelo más largo, mucho más largo, y el cuerpo más chico, mucho más chico. Le decían Misha y en verdad era una locura cómo entrenaba. Volví a pensar que estaba justificado lo que esas chicas habían dicho. Y me pregunté qué relación tenían ellas con este sujeto y conjeturas que no vienen al caso. Lo más llamativo que hacía en el gimnasio eran las lagartijas sin sostenerse con los pies, solo con los brazos, en posición vertical, como la vela en yoga, subiendo y bajando, como si supiera caminar con las manos, con un equilibrio y fuerza impresionante. Quise parecerme a él y empecé a entrenar duro. Iba todos los días. Comía. Dormía bien. Una tarde comencé a saludarlo como se saludaban todos en el gimnasio en ese entonces. Y empecé a escuchar lo que cada compañero hablaba con el profe Ernesto. Quería aprender. Aprender de los mejores. De los que consideraba mejores. De los que levantaban mas. De los que veía que tenían mejor físico que yo.
Ernesto, quiero tener la verga grande.
Ernesto, quiero más músculo.
Ernesto, quiero más brazos.
Ernesto, quiero agua.
Ernesto, quiero más, quiero más.
A ver Misha, querés marcar. Pero estás haciendo los ejercicios. Estás comiendo bien. A ver...a qué hora te estás acostando.
Como de acostar?
Si, a qué hora dormís.
Y, profe, ayer nos quedamos jugando play hasta las 4 de la mañana. Ahí me comí un poco de fideos que había quedado de noche anterior.
Bien. Y después el desayuno.
Cómo.
Digo, a qué hora desayunaste.
No profe. No. Levanté 3, 2 y media. Y vine acá.
Tenés que respetar las cinco comidas Misha por lo menos. Comer cada tres horas. Y si comiste a las 4, tendrías que haber desayunado a las 7. A las 10 no sé, comer fruta, al mediodía almuerzo. Después merienda, y cena.
Y quinta comida.
Quinta comida, exacto.
Conversaciones así a montones. Un día le pregunté a Ernesto:
-Ernesto, en qué nivel estás en MercadoLibre?
-Bancame un cacho que estoy ocupado.
Creo que fue la única vez que hablé en el gym, aparte de saludar con un riguroso buenas tardes seguido de un hasta mañana. Tal vez era el horario. Seguro que era el horario. Tal vez estoy mintiendo. No se entendía bien como había gente que no venía nunca a entrenar tenía ese físico si tenía esos desórdenes encima. Como por ejemplo Misha. Ruso de mierda.
Lo último que recuerdo del ruso es la única conversación en la que creí estar participando. Misha hablaba con otro. Y cuando dijo esto me miró a mi y vio que yo asentí y siguió conversando con el otro. O tal vez no fue ni siquiera así y no participé ni jamás hablé con Misha ni con otro ni con nadie. Pero jamás olvidé lo que Misha dijo:
-Si la chica es linda y te importa, no le decís cualquier cosa porque si te dice que no, duele.
Nunca más lo volví a ver. Pero esa especie de mantra koan ruso zen me acompañó desde entonces, y creo que es por eso que es tan difícil hacer algo nuevo con la literatura.